¿Puede un simple gesto cambiar la historia? En octubre de 1968, en los Juegos Olímpicos de México, dos atletas respondieron con el cuerpo a una pregunta que todavía arde: ¿dónde empieza la dignidad y hasta dónde puede llegar el coraje? Una Lección de Filosofía, Rebelión y Deporte.
Un récord, una protesta, una imagen eterna
En solo 19,83 segundos, Tommie Smith rompió un récord mundial y bajó, por primera vez, la barrera de los 20 segundos en los 200 metros llanos. Era historia en movimiento. Pero el momento que inmortalizó su nombre no fue esa marca asombrosa, sino lo que ocurrió instantes después, cuando subió al podio junto a John Carlos.
Mientras el himno de Estados Unidos comenzaba a sonar, Smith levantó el puño derecho cubierto por un guante negro. Carlos lo imitó con el izquierdo. Ambos bajaron la cabeza. Estaban descalzos. No fue casualidad. Cada detalle estaba pensado: los guantes, los pies descalzos, el silencio, la postura. Fue un acto tan simbólico como subversivo.
Era el grito mudo de una nación herida, pronunciado desde el lugar más alto al que podía aspirar un atleta.
El trasfondo: sangre, lucha y resistencia
Ese mismo año, Martin Luther King había sido asesinado en Memphis. Pocos días después, Bobby Hutton, uno de los primeros Panteras Negras, caía acribillado por la policía. Tommie Smith ya no corría solo para ganar: corría para que su pueblo tuviera voz.
“Con toda la fuerza de mis músculos y el dolor de mi corazón, me dije que era preciso hacer algo que suscitara la solidaridad del mundo entero”, diría más tarde Smith. Lo logró.
Pero el precio fue altísimo.
La dignidad no se negocia (aunque duela)
La reacción fue inmediata. Ambos atletas fueron expulsados del equipo estadounidense, apartados de la Villa Olímpica y tratados como traidores. A su regreso a casa, las amenazas de muerte se volvieron rutina. Smith perdió todos sus contratos publicitarios. Su esposa no soportó la presión y se fue. El campeón olímpico terminó lavando coches por 3 dólares la hora.
Y sin embargo, nunca se arrepintió.
Porque entendía que el verdadero podio no estaba en el estadio, sino en su propia conciencia.
La lentitud de los homenajes y la velocidad del olvido
Pasaron 37 años para que Estados Unidos decidiera homenajearlos. Hoy hay estatuas, documentales, menciones en libros escolares, discursos grandilocuentes. Pero nada borra el abandono inicial. La historia tardó, como siempre, en hacer justicia.
Aun así, Smith sigue siendo el mismo. El que corrió para romper cronómetros, pero también cadenas. El que supo que la verdadera victoria no era cruzar la meta, sino resistir de pie (o de puño alzado) cuando todo te empuja a bajar la cabeza.
Filosofía del gesto: cuando el cuerpo es palabra
El gesto de Tommie Smith y John Carlos es un ejemplo de lo que el filósofo francés Michel Foucault llamaría “la política del cuerpo”: el cuerpo como lugar de resistencia, como vehículo de protesta, como texto que habla cuando las palabras ya no bastan.
En ese podio, los cuerpos de los atletas se transformaron en símbolos. El puño alzado no era solo un signo de lucha, era una declaración filosófica: la dignidad no se pide, se ejerce.
El deporte como escenario ético
Para Edgar Morin o para Martha Nussbaum, la ética no vive aislada en tratados filosóficos; aparece en cada acción humana, incluso en una pista de atletismo. El gesto de Smith y Carlos nos invita a ver el deporte no solo como competencia, sino como posibilidad ética. Allí, frente a miles de espectadores y millones de televidentes, esos atletas recordaron al mundo que el cuerpo puede ser instrumento de libertad.
¿Qué aprendemos hoy?
Hoy, que los gestos rebeldes suelen ser domesticados por el marketing, aquel acto en México 68 sigue siendo una lección incómoda: hablar cuesta. Cuesta contratos, prestigio, relaciones, incluso la paz mental. Pero el silencio cómplice cuesta aún más.
Tommie Smith lo sabía. Y por eso corrió rápido. No solo para ganar. Sino para llegar primero a una verdad: que la dignidad, una vez alzada, no se baja jamás.
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